Finaliza una semana cargada de labores y viene un sábado de
sana diversión. Unos tragos- los suficientes- acompañado de una acogedora
tertulia sobre periodismo, arte, películas y fotografía han generado que la
rutilancia de mis sentidos indique a mis ojos, efectúe un breve recorrido por
céntricas calles de la ciudad, para ver qué temas urbanos nos dan el encuentro.
Todo parece engranar. Alguien soltó un pesado paquete de
basura desde un cuarto piso y la bulla de ese acto llamó la atención mi
atención y la de Gerardo, e interrumpió momentáneamente el simbólico “!salud!”
de nuestra amistad. Pienso que, pasada la medianoche, todos sacan la basura del
interior de sus casas a su propio estilo; el barman nos a avisa que ya van a
cerrar las puertas del local y, ni modo, la primera etapa está llegando a su
fin.
De súbito, tan igual que un oficial de comando a punto de
ejecutar una orden, desenfundo mi pequeña cámara fotográfica para enfrentarme a
un espacio que llamó mi atención: la vereda más angosta de Chiclayo, ubicada en
la cuadra seis de la calle Colón, era obstruida por una pequeña bolsa negra
llena de desperdicios. Primera foto.
Son cerca de la una de la madrugada y las luces del Palacio
municipal continúan encendidas., Esta imagen mental genera varias preguntas en
mi mente: ¿Existe un encargado de apagar las luces?, ¿A qué hora?, ¿Cuánto se
pagará por el consumo de energía eléctrica generada por todos estos
reflectores? o, ¿Se ha conseguido la exoneración del pago? de no ser así ¿Quién
paga este consumo?, ¿y ahora quién podrá respondernos?
Si bien es cierto el Palacio Municipal puede verse en esta
foto estéticamente agradable por la atmósfera conseguida, puedo también
resaltar que muchas cosas por afuera se ven hermosas pero por dentro, ¿quién
sabe?.
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